La historia de Mali poscolonial para entender el conflicto actual

Marta Fernández Pena

El objetivo de este artículo es realizar un análisis de la breve historia de Mali como país independiente tras la colonización francesa hasta la actualidad, con el fin de explicar porqué este país es actualmente uno de los menos seguros del mundo, con un conflicto armado latente en la nación. Los factores históricos, étnicos, religiosos y económicocriminales son esenciales para comprender las causas de la conflictividad en el norte de Malí pues son las razones profundas del conflicto. El análisis de éstos, permitirá contextualizar los acontecimientos recientes, y contribuirá, en parte, a entender la situación de inestabilidad política que afecta a todo Malí y se expande a la región del Sahel.

Antecedentes

En el territorio del actual Mali y países colindantes del Sahel se constituyeron varios de los Imperios más poderosos de África hasta la Edad Contemporánea. Imperios como el de Ghana, el Imperio de Mali o el Imperio Songhay se sucedieron históricamente en territorio maliense hasta la colonización francesa en la década de 1880. Su diversidad étnica, con etnias como la bambara, fulani, solinké o tuareg, las diferentes hermandades musulmanas como los Tijaniyyah o los muridíes caracterizan al país saheliano con una enorme heterogeneidad.

Durante la época colonial, los líderes malienses utilizaron el islam para ejercer el control sobre la población. Se dio así una suerte de alianza factual entre los líderes religiosos islamistas y los líderes políticos para establecer las bases de la economía, sociedad y cultura poscolonial. Es lo que Andrew F. Clark califica como “brotherhood leadership”. Bien es cierto que la manera de relacionarse cambia a lo largo del tiempo, la tendencia colaboracionista entre la religión y la política se fue fraguando a medida que transcurrieron las décadas, toda vez que se demostró como eficaz para controlar a la población. De esta manera, los líderes más populares en la época colonial tardía fueron aquellos que cooperaron con el estado secular, cosa que no ocurría en momentos previos, donde los líderes más populares eran aquellos que promovieron acciones violentas contra las instituciones imperiales.

Independencia. De la dictadura a la democracia

En toda esa diversidad étnica y religiosa, tras la caída del imperio francés, se constituye la Federación de Malí (junto a Senegal, país en el que los Tijaniyyah son también muy numerosos pero dominan los muridíes), para meses después separarse y constituir las Repúblicas de Mali y Senegal. En el momento de la independencia, ambos países tienen profundas raíces musulmanas, con hasta un 80% de la población en el caso de Mali que se consideraba musulmán. Ello no es óbice para que la sociedad fuera muy heterogénea, como se expuso con anterioridad, y como veremos, las refriegas militares beben en gran medida de esa heterogeneidad.

La constitución de la República de Mali tiene lugar el 22 septiembre de 1960 y el otrora presidente de la extinta Federación de Mali, Modibo Keita, se proclama presidente, instaurando un sistema unipartidista en el país. El estado entró a formar parte de las naciones unidas dos años después de proclamarse su independencia. Dicho gobierno adoptará un control fuerte de la economía, acercándose, en un contexto bipolar, al bloque soviético liderado por la URSS. La creación de entes monopolísticos públicos como la Sociedad Maliense de Importación y Exportación es uno de los hechos que lo ilustra.

Ello no será obstáculo tampoco para que Keita, musulmán no practicante, decida involucrar al país en la Confederación Islámica por el peso social que esta característica conllevaba. También han de quedar claras, como punto preliminar al ensayo, que las posturas panafricanistas de Keita marcan su tiempo en el Gobierno. Mali es uno de los tres estados fundadores de la Unión de Estados Africanos, ente primigenio de la actual Unión Africana. Nos encontramos por tanto, ante la configuración de un estado multiétnico asentado sobre tres bases principales. Por un lado, la religión como método de arrastre y popularidad hacia la población; por otro, una postura panafricanista muy ligada a otros movimientos de liberación nacional de los años 50-60 en el continente y por último un control de la economía y la política enmarcado en un mundo bipolar, situando al país en la esfera de influencia de la URSS.

Este primer período abarca hasta 1968, cuando Keita es víctima de un golpe de estado militar. Las continuas amenazas a la seguridad y estabilidad del país serán una constante a lo largo de los años, pero durante el gobierno de Keita, su popularidad fue disminuyendo conforme pasaban los años y enfrentó una primera revolución de la etnia Tuareg en 1963. La principal causa fue el empeoramiento de las condiciones económicas pero también el carácter marcadamente dictatorial del presidente, que no fue capaz de mantener de su lado a los líderes religiosos, sin los que gobernar el país era francamente complicado. El golpe de estado de noviembre de 1968 conllevó la instauración de una dictadura militar presidida por Moussa Traoré. Las políticas económicas de esta dictadura militar fueron lo opuesto en comparación con las del régimen de Keita. Se dejó de lado el control centralizado de las estructuras económicas, se procedió a la liberalización de determinados sectores y mejoraron las relaciones exteriores, en un contexto en el que países vecinos como Senegal o Marruecos se alineaban más con la órbita americana. Todo ello, junto a un discurso abiertamente religioso que constituía Mali como un país musulmán aunque con una Constitución secular, contentó a las élites religiosas y popularizó durante los primeros años de su mandato a Traoré.

Sin embargo, a medida que pasaron los años, los comportamientos seguidos por el régimen de Traoré, hicieron evidente que su estrategia principal no era la potenciación y alineación con las distintas hermandades y tribus, sino que precisamente arrinconarlas al extremo, buscando las alianzas internacionales que fueran necesarias para tal fin. Este hecho, al igual que ocurrió con Keita, implicó el rechazo de las tribus y los líderes religiosos al régimen, con una respuesta represiva hacia las diferentes etnias y culturas, teniendo como principal apogeo la segunda revolución tuareg en 1990. Meses más tarde, en marzo de 1991 un nuevo golpe de estado militar (encabezado por Amadou Touré) depone a Traoré, esta vez bajo la promesa (que el año siguiente se consumaría) de convocar unas elecciones libres para devolver la capacidad de decisión al pueblo. Las primeras elecciones abiertas y libres en Mali tienen lugar en 1992, con la elección de un académico ajeno a la práctica religiosa como fue Alpha Oumar Konaré. Tuvo que enfrentarse rápidamente a las refriegas contra los tuaregs, con motivos étnicos más que religiosos, pero en términos generales, durante el primer mandato de Konaré, se acercaron posturas con los tuareg tras la segunda revolución previamente mencionada. Este presidente renovó su mandato presidencial en 1997 en medio de un boicot por parte de la oposición y en las elecciones de 2002 perdió el poder en manos de Amadou Touré, que, como se mencionó anteriormente, había participado en el golpe de estado que depone al dictador Traoré.

El mandato de Amadou Toumani Touré, comienza en el 2002 y es reelegido también en el año 2007 . Es el último presidente de Mali antes de que en 2012 estalle el conflicto con los tuareg, con proclamas independentistas, escudados en la mala gestión de Touré durante esa década. De nuevo, los poderes fácticos malienses, entran en conflicto tras 20 años de relativa estabilidad. El descontento de las tribus y de las hermandades musulmanas, así como el continuo empobrecimiento de la población durante el mandato de Touré son las causas principales del estallido del conflicto. Así pues, cabe decir que desde 1992 Malí fue considerado un caso ejemplar de democracia estable en África hasta que en 2012 estalla el conflicto. Sin embargo, la realidad de las últimas dos décadas no ha sido tan idílica y, especialmente en los últimos 10 años el país se ha caracterizado por un letargo intermitente de golpes de Estado de origen militar.

Los tuareg

Como afirma Mazarrasa (2012), un elemento que hay que tener presente es el papel desempeñado por las tribus consideradas inferiores en la jerarquía de cada comunidad étnica9 . El pueblo tuareg es seminómada y, actualmente, se compone por una decena de clanes abarcando, aproximadamente, a un millón y medio de personas. Su comunidad no se basa en una adscripción étnica ya que un tuareg es aquel que habla tamasheq y vive según esta centenaria cultura (se basa en la adscripción cultural). Los tuareg están presentes en los territorios de Mali, Níger, Argelia y Libia. El pueblo tuareg no es el más numeroso en Malí pero a causa de las históricas reivindicaciones por su independencia y su control del tráfico de mercancías en el desierto del Sahara es una de las tribus más conocidas del país. Desde 1960 las nuevas fronteras y la imposición del modo de vida occidental, pero también las graves consecuencias de la crisis climática en la región, llevó a los tuareg a encontrarse en situaciones de control que ellos mismos no reconocían.

La creación de movimientos e insurgencia dieron lugar a las primeras revueltas tuaregs en 1962 a las que siguieron otras. El motivo de la revuelta, que duró 4 años, fue la nueva política territorial del gobierno maliense porque afectaba directamente a las tierras ancestrales de los tuaregs en el norte del país. En los años 90 se produjo la segunda rebelión más importante y, podría decirse que mucho más madura por la profundidad de sus propuestas, cuyo objetivo era la constitución de un estado independiente. Ahora había germinado un sentimiento de independencia y una búsqueda de un estado propio tuareg. En 1992, y con el nuevo gobierno de Konar, se alcanzó un alto el fuego y dando lugar a los Acuerdos de Tamanrasset. Éstos preveían el establecimiento de la región semiautónoma de Kidal, aunque respetando, eso sí, la integridad territorial de Mali. Sin embargo, los siguientes gobiernos de Bamako no respetaron los acuerdos firmados con los tuareg y esto supuso el incremento paulatino de la tensión en el norte del país.

La presencia de grupos extremistas violentos de corte yihadista también se ha ido produciendo de manera gradual desde que, a finales de los 90, el Grupo Islámico Armado de Argelia tuvo que abandonar el país. Así pues, uno de sus principales destinos fue Mali, país en el que pretendían propagar su interpretación yihadista radical del islam. Otros grupos salafistas fueron llegando a la región de Azawad, incluido el AQMI. Para entender qué ocurre después, es importante destacar que, aunque los tuareg son en su mayoría musulmanes, no son radicales ni muy religiosos, y por esa razón en 2006 se aliaron con el ejército de Mali para combatir la presencia del AQMI. A pesar de esta tendencia general entre la tribu, sí hubo facciones más violentas de tuareg que decidieron aprovechar la experiencia bélica de aquellos que llegaban de Libia. En todo este clima de tensión y violencia, nace en 2012 el Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA) quien, ante el golpe de estado que se produjo el 22 de marzo de 2012 en Malí, declaró la independencia de Azawad. Este movimiento de los tuareg, apoyado en un principio por los grupos radicales de la región, rápidamente se volvió contra ellos produciendo conflicto y disputas por el territorio que acabó con la expulsión de los tuareg de la zona.

Conclusiones

La guerra en Malí nace de una amalgama de circunstancias que se han superpuesto generando el caos en el país desde 2012: la inestabilidad política y los continuos golpes de estado en el gobierno de Mali, la fuerte presencia del crimen organizado en el Sahel, los retos planteados por los grupos yihadistas que van moviéndose a distintas áreas del país y la rebelión tuareg que les llevó a enfrentarse al gobierno central han contribuido a avivar el conflicto y a dificultar su resolución.

Una banda sonora para las elecciones de Uganda de 2021

César Bonilla Muñoz

“¿Cómo puedo ser un extranjero en África?” Esta es la pregunta que resuena en el último tema del ugandés Bobi Wine, Xenophobia, estrenado junto a su compañero de escenario, Nubian Li, el pasado 30 de abril de 2021. Con él, ambos músicos critican un continente que sigue marcado por las fronteras de la conferencia de Berlín y aún se comporta como una herramienta colonial más en el escenario internacional. Ante esto, Bobi Wine y Nubian Li aportan una solución clara: la unidad africana.

“Cambia. Unámonos. Fíjate: somos uno. Tenemos que cuidarnos los unos a los otros.” Con estas palabras, Bobi Wine pretende despertar a una población africana que, aún estando dormida, se ha olvidado de perseguir el sueño de la democracia. “Me alegro por países como Ghana, Sudáfrica y Botswana, que gobiernan bajo el abrigo de la democracia. Sin embargo, en otros como Uganda, donde la democracia es una mera ilusión, empoderar al pueblo es un deber. Por eso, animo a las juventudes africanas a involucrarse en la política de su nación, a participar en las elecciones y a movilizar a sus iguales; porque sólo así descubrirán que la política es un recurso creado en su beneficio.”, declara el artista en una entrevista con un medio alemán.

Predicando con el ejemplo, Bobi Wine, que se define en su cuenta de Twitter como “un chaval de suburbio que tiene algo que decir a través de la música”, se subió al tren de la política en 2017. Su gran influencia popular le proyectó a la victoria en las elecciones parciales para el distrito este del condado de Kyadondo, ganando con un amplio margen a los candidatos de Movimiento de Resistencia Nacional (NRM), que gobierna el país desde 1986, y de Foro para el Cambio Democrático (FCD).

No fue hasta las elecciones primarias de Arua, en 2018, que Robert Kyagulanyi, más conocido por su nombre artístico, alcanzó fama internacional. En ellas, el artista y político ugandés apoyaba a Kassiano Wadri, aspirante que finalmente se alzó victorioso en las urnas. Este nuevo éxito no fue celebrado por el gobierno ugandés. Lejos de ello, Museveni, actual presidente del país, decidió encarcelar a Bobi Wine y tachar su creciente popularidad de peligro para la seguridad nacional. Todo ello derivó en el estallido de tumultuosas protestas en Kampala y la conversión del hashtag #FreeBobiWine en un himno en redes sociales.

Tampoco este año 2021 ha sido fácil para Wine. El artista decidió presentarse a las elecciones generales como candidato de la Plataforma por la Unidad Nacional (NUP en inglés). Respaldado mayoritariamente por una juventud ugandesa frustrada por la mala gestión del NRM de los recursos del país, Bobi Wine se alzaba como un prometedor aspirante para derrocar a Yoweri Museveni de su crónico puesto de Presidente. Sin embargo, el proceso pre-electoral no estuvo libre de contrariedades. Las protestas que cubrieron las calles del país en denuncia de la transición del gobierno de Museveni hacia un régimen autocrático, como el que se instaló en Uganda con el dictador Idi Amin, fueron brutalmente acalladas por las fuerzas del Estado, cobrándose las vidas de más de 300 civiles. Asimismo, Bobi Wine denunciaba desde su arresto domiciliario el pasado 11 de abril “la desaparición, tortura y detención arbitraria de 623 miembros y simpatizantes de su partido”.

El 14 de enero de 2021, NUP tan sólo alcanzó el 35% de los votos en unas elecciones tachadas de fraudulentas por el líder de la oposición. A pesar de la derrota en las urnas, Bobi Wine argumenta que “sus ambiciones no eran únicamente la Presidencia, sino destapar la corrupción del régimen que actualmente gobierna el país”. “El mundo veía a Museveni como un demócrata. Nosotros hemos sido capaces de mostrar el tipo de persona que dirige esta nación”, declaraba Kyagulanyi, que ya ha demandado la investigación por parte del Tribunal Penal Internacional de la situación política ugandesa.

Contexto histórico-político de Uganda: la era Musevini

Uganda alcanzó la independencia en 1962, tras 68 años de dominio británico. Los primeros pasos de la joven nación estuvieron marcados por conflictos heredados de la división territorial colonial del país. La sucesión de los regímenes de Milton Obote (1962-1971) e Idi Amin (1971-1979) derivaron en la desestructuración total de la economía y la vida social ugandesa, que alcanzó su máximo a principios de los años ochenta. El tinte dictatorial de dichos gobiernos, el acoso a la población civil –se calcula que medio millón de personas fueron asesinadas bajo la administración de Idi Amin-, y la profunda inestabilidad política derivaron en el estallido de una guerra civil en Uganda en el año 1981.

La guerra llegó a su fin en 1986 con la subida de un joven Yoweri Museveni al poder. Museveni se encontró una Uganda totalmente destruida por los estragos que el conflicto
armado había dejado en el país. No obstante, a principios del siglo XXI, Uganda ya daba muestras de una clara recuperación con respecto a su turbulento pasado. Las políticas de liberalización económica llevadas a cabo por el NRM permitieron a la nación alcanzar un cierto nivel de estabilidad económica gracias a la ayuda de la inversión extranjera. Igualmente, la redacción de la Constitución de 1995, donde se prometían derechos individuales y la separación de poderes, junto a la desarticulación de las disputas armadas en prácticamente la totalidad del país simbolizó la integración de Uganda en el camino de la paz y la democracia.

No obstante, en la práctica, la situación ugandesa no es tan prometedora. A pesar de su reciente crecimiento económico, Uganda es dependiente del capital de países occidentales y se sitúa entre una de las primeras naciones con mayor deuda externa de todo el continente. La riqueza tampoco se ha distribuido de manera equitativa: el norte de Uganda persiste sumido en la pobreza y una violencia brutal perpetrada por el grupo terrorista Lord’s Resistance Army (LRA).

En cuestiones democráticas, la visión de Museveni quedó clara con la instauración en 1995, a través de la Constitución ya mencionada, de un sistema político que rechaza la existencia de partidos y reconoce una única organización política de la que todos los ugandeses forman parte: el NRM. El polémico artículo 269 de esta añadía la prohibición de “llevar a cabo cualquier tipo de actividad que pudiera interferir con el NRM”; lo cual, básicamente, prohibía el derecho de asociación en Uganda e imposibilitaba las campañas de otras potenciales fuerzas políticas de la nación.

Presentándose como candidato independiente, Kizza Besigye protagonizó el primer escándalo electoral de la Administración Museveni en las elecciones generales de 2001. El aspirante a la Presidencia del país se vio obligado a exiliarse de Uganda tras desoír la norma 269 y desplegar una campaña pre-electoral marcada por la violencia y las intimidaciones del gobierno. A pesar de la derrota de Besigye, que acumuló un 28% de los votos, la tensión de las votaciones atrajo la mirada internacional y forzó a Museveni a realizar un referéndum en el que la mayoría ugandesa decidió instaurar el multipartidismo en la nación en 2006.

Aun así, este nuevo sistema no se ha traducido en unas elecciones más libres. En todos los comicios celebrados desde entonces, las votaciones han sido tachadas de fraudulentas
y la oposición ha denunciado las amenazas recibidas por el gobierno de Museveni, que el pasado 2021 cumplió 35 años en el poder de Uganda.

Las elecciones de 2011. Un ejemplo de discreción

En 2011 todo apuntaba a la caída en picado de la popularidad del gobierno de Museveni y su derrota en las elecciones. Las revueltas en Túnez y Egipto llevaron el espíritu de la Primavera Árabe a la conocida como “perla de África” y el caso de Costa de Marfil, sumido en las consecuencias de unas tensas elecciones en 2010, hizo cuestionarse a las potencias del continente su concepto de democracia.

El contexto nacional tampoco parecía favorecedor para el Presidente ugandés. El año se abría con las protestas pacíficas por la dramática subida del precio del petróleo en el país, directamente relacionada con los desmesurados gastos del gobierno para costear la campaña electoral de Museveni. Igualmente, había salido a la luz la implicación del Jefe de Estado en la desaparición de más de 1 millón de dólares de fondos públicos destinados a la organización de la Reunión de Jefes de Gobierno de la Commonwealth de 2007. Por último, el intento de restar autonomías al reino de Buganda, la autoridad tradicional más importante de la nación e institución étnico-cultural a la que pertenece el 17% de la población ugandesa, no fue bien recibido y derivó en violentos disturbios, que acabaron con el incendio de la Tumba de los reyes de Buganda en Kasubi en marzo de 2010.

Ante esta serie de desaciertos por parte de Museveni, la oposición se frotaba las manos, augurando unos prometedores resultados que, finalmente, nunca llegaron. Besigye, de vuelta de su exilio en Sudáfrica, volvió a presentarse candidato a la Presidencia de Uganda en 2011. De nuevo, el aspirante fue derrotado por Museveni en las urnas, incluso con un margen mayor que en años anteriores.

¿Cómo fue posible que ante la pérdida del voto de la población baganda y los escándalos de corrupción Museveni siguiera en el poder? Sencillamente, siguiendo la estrategia de adaptarse o morir. A sabiendas de las tendencias democratizadoras globales y temiendo un episodio similar a la caída de Hosni Mubarak en Egipto, Museveni optó por la moderación. La violencia y los excesos de autoridad del Presidente de Uganda en las elecciones previas habían sido sonados a escala internacional. Sin embargo, en 2011 lo último que el líder del NRM buscaba era llamar la atención.

Museveni decidió relegarse a un discreto segundo plano en su propia campaña electoral, otorgando el protagonismo a las Fuerzas Armadas de la nación, donde contaba con un gran apoyo, y prestando una tolerancia inconcebible a las campañas de la oposición. La presencia militar se hizo cada vez más tangible en las calles de Kampala, donde muchos altos cargos del Ejército ugandés se permitieron afirmar que no aceptarían otro Presidente que no fuera Museveni. Paulatinamente, las milicias del Estado también se comenzaron a abrir paso en el abnegado norte de Uganda, donde Museveni comenzó a ganar popularidad. Todo esto, sumado al estricto control de las telecomunicaciones por parte del Estado los días previos a la votación, hizo que Museveni pudiera soslayar los numerosos reveses de 2011 y volviera a alzarse Presidente con cerca de un 70% de los votos.

Las elecciones de 2021, Bobi Wine y el futuro de Uganda

Las elecciones de 2021, al igual que las acontecidas diez años antes, pese a proclamar vientos de revolución, no han conseguido materializarse en un cambio verdadero para Uganda. La historia parece repetirse: una oposición tan prometedora como reprimida por el Gobierno, unos comicios tildados de fraudulentos y la victoria final de Museveni en las urnas.

No obstante, en esta ocasión la violencia post-electoral ha sido desmesurada. Tanto, que Naciones Unidas decidió tomar cartas en el asunto el pasado abril de 2021 y enviar un comunicado al Gobierno ugandés con el que pretendía dar fin al acoso sufrido por la oposición. En este se insta a las autoridades ugandesas a investigar y procesar de forma inmediata y exhaustiva todas las violaciones de derechos humanos, incluidas las denuncias de ejecuciones extrajudiciales, detenciones y encarcelamientos arbitrarios; las desapariciones forzadas, torturas y malos tratos; la privación de las debidas garantías procesales; y los atentados contra la libertad de expresión y de reunión pacífica. «El recorte de la libertad de prensa y de los medios de comunicación, la intimidación, los malos tratos y las agresiones a los periodistas que cubren las elecciones, y especialmente a los de la oposición, es sencillamente inaceptable. El Gobierno debe ofrecer soluciones inmediatas y reparación a todas las víctimas», afirmaban los expertos de la organización.

A pesar del aviso de Naciones Unidas y de las insistentes demandas de Bobi Wine de invalidar el resultado de las elecciones, el 12 de mayo de este año Museveni juró su sexto
mandato en una ceremonia de investidura a la que acudieron 4300 invitados, entre ellos la presidenta tanzana, Samia Suluhu Hassan y su homóloga etíope, Sahle-Work Zewde.

Con este juramento, el Jefe de Estado ugandés pone punto y final a las definidas por Wine como “las elecciones más fraudulentas de la historia del país”. A pesar de esto, el músico y líder opositor parece optimista: “Sabemos que los dictadores no abandonan el poder por arte de magia. Sólo hace falta echar un vistazo a la Historia. Podemos ver cuánto tiempo y cuánto esfuerzo supuso para los sudaneses deponer a Bashir o para los egipcios acabar con el régimen de Hosni Mubarak. Mirando esos ejemplos, revivo las palabras de Mandela: todo parece imposible hasta que se consigue.”

Quizás Bobi Wine tenga razón y sólo se requiera tiempo y esfuerzo para que la democracia logre llegar a territorio ugandés. Sin embargo, el país parece llevar más de 30 años condenado a la ley del eterno retorno. ¿Será Bobi Wine quien acabe con el longevo régimen de Museveni o seguirá la misma suerte que Kizza Besigye? Todo apunta que habremos de esperar a las próximas elecciones de la nación para descubrirlo.

Bibliografía

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