Una banda sonora para las elecciones de Uganda de 2021

César Bonilla Muñoz

“¿Cómo puedo ser un extranjero en África?” Esta es la pregunta que resuena en el último tema del ugandés Bobi Wine, Xenophobia, estrenado junto a su compañero de escenario, Nubian Li, el pasado 30 de abril de 2021. Con él, ambos músicos critican un continente que sigue marcado por las fronteras de la conferencia de Berlín y aún se comporta como una herramienta colonial más en el escenario internacional. Ante esto, Bobi Wine y Nubian Li aportan una solución clara: la unidad africana.

“Cambia. Unámonos. Fíjate: somos uno. Tenemos que cuidarnos los unos a los otros.” Con estas palabras, Bobi Wine pretende despertar a una población africana que, aún estando dormida, se ha olvidado de perseguir el sueño de la democracia. “Me alegro por países como Ghana, Sudáfrica y Botswana, que gobiernan bajo el abrigo de la democracia. Sin embargo, en otros como Uganda, donde la democracia es una mera ilusión, empoderar al pueblo es un deber. Por eso, animo a las juventudes africanas a involucrarse en la política de su nación, a participar en las elecciones y a movilizar a sus iguales; porque sólo así descubrirán que la política es un recurso creado en su beneficio.”, declara el artista en una entrevista con un medio alemán.

Predicando con el ejemplo, Bobi Wine, que se define en su cuenta de Twitter como “un chaval de suburbio que tiene algo que decir a través de la música”, se subió al tren de la política en 2017. Su gran influencia popular le proyectó a la victoria en las elecciones parciales para el distrito este del condado de Kyadondo, ganando con un amplio margen a los candidatos de Movimiento de Resistencia Nacional (NRM), que gobierna el país desde 1986, y de Foro para el Cambio Democrático (FCD).

No fue hasta las elecciones primarias de Arua, en 2018, que Robert Kyagulanyi, más conocido por su nombre artístico, alcanzó fama internacional. En ellas, el artista y político ugandés apoyaba a Kassiano Wadri, aspirante que finalmente se alzó victorioso en las urnas. Este nuevo éxito no fue celebrado por el gobierno ugandés. Lejos de ello, Museveni, actual presidente del país, decidió encarcelar a Bobi Wine y tachar su creciente popularidad de peligro para la seguridad nacional. Todo ello derivó en el estallido de tumultuosas protestas en Kampala y la conversión del hashtag #FreeBobiWine en un himno en redes sociales.

Tampoco este año 2021 ha sido fácil para Wine. El artista decidió presentarse a las elecciones generales como candidato de la Plataforma por la Unidad Nacional (NUP en inglés). Respaldado mayoritariamente por una juventud ugandesa frustrada por la mala gestión del NRM de los recursos del país, Bobi Wine se alzaba como un prometedor aspirante para derrocar a Yoweri Museveni de su crónico puesto de Presidente. Sin embargo, el proceso pre-electoral no estuvo libre de contrariedades. Las protestas que cubrieron las calles del país en denuncia de la transición del gobierno de Museveni hacia un régimen autocrático, como el que se instaló en Uganda con el dictador Idi Amin, fueron brutalmente acalladas por las fuerzas del Estado, cobrándose las vidas de más de 300 civiles. Asimismo, Bobi Wine denunciaba desde su arresto domiciliario el pasado 11 de abril “la desaparición, tortura y detención arbitraria de 623 miembros y simpatizantes de su partido”.

El 14 de enero de 2021, NUP tan sólo alcanzó el 35% de los votos en unas elecciones tachadas de fraudulentas por el líder de la oposición. A pesar de la derrota en las urnas, Bobi Wine argumenta que “sus ambiciones no eran únicamente la Presidencia, sino destapar la corrupción del régimen que actualmente gobierna el país”. “El mundo veía a Museveni como un demócrata. Nosotros hemos sido capaces de mostrar el tipo de persona que dirige esta nación”, declaraba Kyagulanyi, que ya ha demandado la investigación por parte del Tribunal Penal Internacional de la situación política ugandesa.

Contexto histórico-político de Uganda: la era Musevini

Uganda alcanzó la independencia en 1962, tras 68 años de dominio británico. Los primeros pasos de la joven nación estuvieron marcados por conflictos heredados de la división territorial colonial del país. La sucesión de los regímenes de Milton Obote (1962-1971) e Idi Amin (1971-1979) derivaron en la desestructuración total de la economía y la vida social ugandesa, que alcanzó su máximo a principios de los años ochenta. El tinte dictatorial de dichos gobiernos, el acoso a la población civil –se calcula que medio millón de personas fueron asesinadas bajo la administración de Idi Amin-, y la profunda inestabilidad política derivaron en el estallido de una guerra civil en Uganda en el año 1981.

La guerra llegó a su fin en 1986 con la subida de un joven Yoweri Museveni al poder. Museveni se encontró una Uganda totalmente destruida por los estragos que el conflicto
armado había dejado en el país. No obstante, a principios del siglo XXI, Uganda ya daba muestras de una clara recuperación con respecto a su turbulento pasado. Las políticas de liberalización económica llevadas a cabo por el NRM permitieron a la nación alcanzar un cierto nivel de estabilidad económica gracias a la ayuda de la inversión extranjera. Igualmente, la redacción de la Constitución de 1995, donde se prometían derechos individuales y la separación de poderes, junto a la desarticulación de las disputas armadas en prácticamente la totalidad del país simbolizó la integración de Uganda en el camino de la paz y la democracia.

No obstante, en la práctica, la situación ugandesa no es tan prometedora. A pesar de su reciente crecimiento económico, Uganda es dependiente del capital de países occidentales y se sitúa entre una de las primeras naciones con mayor deuda externa de todo el continente. La riqueza tampoco se ha distribuido de manera equitativa: el norte de Uganda persiste sumido en la pobreza y una violencia brutal perpetrada por el grupo terrorista Lord’s Resistance Army (LRA).

En cuestiones democráticas, la visión de Museveni quedó clara con la instauración en 1995, a través de la Constitución ya mencionada, de un sistema político que rechaza la existencia de partidos y reconoce una única organización política de la que todos los ugandeses forman parte: el NRM. El polémico artículo 269 de esta añadía la prohibición de “llevar a cabo cualquier tipo de actividad que pudiera interferir con el NRM”; lo cual, básicamente, prohibía el derecho de asociación en Uganda e imposibilitaba las campañas de otras potenciales fuerzas políticas de la nación.

Presentándose como candidato independiente, Kizza Besigye protagonizó el primer escándalo electoral de la Administración Museveni en las elecciones generales de 2001. El aspirante a la Presidencia del país se vio obligado a exiliarse de Uganda tras desoír la norma 269 y desplegar una campaña pre-electoral marcada por la violencia y las intimidaciones del gobierno. A pesar de la derrota de Besigye, que acumuló un 28% de los votos, la tensión de las votaciones atrajo la mirada internacional y forzó a Museveni a realizar un referéndum en el que la mayoría ugandesa decidió instaurar el multipartidismo en la nación en 2006.

Aun así, este nuevo sistema no se ha traducido en unas elecciones más libres. En todos los comicios celebrados desde entonces, las votaciones han sido tachadas de fraudulentas
y la oposición ha denunciado las amenazas recibidas por el gobierno de Museveni, que el pasado 2021 cumplió 35 años en el poder de Uganda.

Las elecciones de 2011. Un ejemplo de discreción

En 2011 todo apuntaba a la caída en picado de la popularidad del gobierno de Museveni y su derrota en las elecciones. Las revueltas en Túnez y Egipto llevaron el espíritu de la Primavera Árabe a la conocida como “perla de África” y el caso de Costa de Marfil, sumido en las consecuencias de unas tensas elecciones en 2010, hizo cuestionarse a las potencias del continente su concepto de democracia.

El contexto nacional tampoco parecía favorecedor para el Presidente ugandés. El año se abría con las protestas pacíficas por la dramática subida del precio del petróleo en el país, directamente relacionada con los desmesurados gastos del gobierno para costear la campaña electoral de Museveni. Igualmente, había salido a la luz la implicación del Jefe de Estado en la desaparición de más de 1 millón de dólares de fondos públicos destinados a la organización de la Reunión de Jefes de Gobierno de la Commonwealth de 2007. Por último, el intento de restar autonomías al reino de Buganda, la autoridad tradicional más importante de la nación e institución étnico-cultural a la que pertenece el 17% de la población ugandesa, no fue bien recibido y derivó en violentos disturbios, que acabaron con el incendio de la Tumba de los reyes de Buganda en Kasubi en marzo de 2010.

Ante esta serie de desaciertos por parte de Museveni, la oposición se frotaba las manos, augurando unos prometedores resultados que, finalmente, nunca llegaron. Besigye, de vuelta de su exilio en Sudáfrica, volvió a presentarse candidato a la Presidencia de Uganda en 2011. De nuevo, el aspirante fue derrotado por Museveni en las urnas, incluso con un margen mayor que en años anteriores.

¿Cómo fue posible que ante la pérdida del voto de la población baganda y los escándalos de corrupción Museveni siguiera en el poder? Sencillamente, siguiendo la estrategia de adaptarse o morir. A sabiendas de las tendencias democratizadoras globales y temiendo un episodio similar a la caída de Hosni Mubarak en Egipto, Museveni optó por la moderación. La violencia y los excesos de autoridad del Presidente de Uganda en las elecciones previas habían sido sonados a escala internacional. Sin embargo, en 2011 lo último que el líder del NRM buscaba era llamar la atención.

Museveni decidió relegarse a un discreto segundo plano en su propia campaña electoral, otorgando el protagonismo a las Fuerzas Armadas de la nación, donde contaba con un gran apoyo, y prestando una tolerancia inconcebible a las campañas de la oposición. La presencia militar se hizo cada vez más tangible en las calles de Kampala, donde muchos altos cargos del Ejército ugandés se permitieron afirmar que no aceptarían otro Presidente que no fuera Museveni. Paulatinamente, las milicias del Estado también se comenzaron a abrir paso en el abnegado norte de Uganda, donde Museveni comenzó a ganar popularidad. Todo esto, sumado al estricto control de las telecomunicaciones por parte del Estado los días previos a la votación, hizo que Museveni pudiera soslayar los numerosos reveses de 2011 y volviera a alzarse Presidente con cerca de un 70% de los votos.

Las elecciones de 2021, Bobi Wine y el futuro de Uganda

Las elecciones de 2021, al igual que las acontecidas diez años antes, pese a proclamar vientos de revolución, no han conseguido materializarse en un cambio verdadero para Uganda. La historia parece repetirse: una oposición tan prometedora como reprimida por el Gobierno, unos comicios tildados de fraudulentos y la victoria final de Museveni en las urnas.

No obstante, en esta ocasión la violencia post-electoral ha sido desmesurada. Tanto, que Naciones Unidas decidió tomar cartas en el asunto el pasado abril de 2021 y enviar un comunicado al Gobierno ugandés con el que pretendía dar fin al acoso sufrido por la oposición. En este se insta a las autoridades ugandesas a investigar y procesar de forma inmediata y exhaustiva todas las violaciones de derechos humanos, incluidas las denuncias de ejecuciones extrajudiciales, detenciones y encarcelamientos arbitrarios; las desapariciones forzadas, torturas y malos tratos; la privación de las debidas garantías procesales; y los atentados contra la libertad de expresión y de reunión pacífica. «El recorte de la libertad de prensa y de los medios de comunicación, la intimidación, los malos tratos y las agresiones a los periodistas que cubren las elecciones, y especialmente a los de la oposición, es sencillamente inaceptable. El Gobierno debe ofrecer soluciones inmediatas y reparación a todas las víctimas», afirmaban los expertos de la organización.

A pesar del aviso de Naciones Unidas y de las insistentes demandas de Bobi Wine de invalidar el resultado de las elecciones, el 12 de mayo de este año Museveni juró su sexto
mandato en una ceremonia de investidura a la que acudieron 4300 invitados, entre ellos la presidenta tanzana, Samia Suluhu Hassan y su homóloga etíope, Sahle-Work Zewde.

Con este juramento, el Jefe de Estado ugandés pone punto y final a las definidas por Wine como “las elecciones más fraudulentas de la historia del país”. A pesar de esto, el músico y líder opositor parece optimista: “Sabemos que los dictadores no abandonan el poder por arte de magia. Sólo hace falta echar un vistazo a la Historia. Podemos ver cuánto tiempo y cuánto esfuerzo supuso para los sudaneses deponer a Bashir o para los egipcios acabar con el régimen de Hosni Mubarak. Mirando esos ejemplos, revivo las palabras de Mandela: todo parece imposible hasta que se consigue.”

Quizás Bobi Wine tenga razón y sólo se requiera tiempo y esfuerzo para que la democracia logre llegar a territorio ugandés. Sin embargo, el país parece llevar más de 30 años condenado a la ley del eterno retorno. ¿Será Bobi Wine quien acabe con el longevo régimen de Museveni o seguirá la misma suerte que Kizza Besigye? Todo apunta que habremos de esperar a las próximas elecciones de la nación para descubrirlo.

Bibliografía

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  • DisplayNews. (2021). Uganda: UN experts extremely concerned at serious rights violations linked to general elections. 12/05/2021, de NACIONES UNIDAS. DERECHOS HUMANOS
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